sábado, 25 de octubre de 2008

Quinta Parte. Bolivia, Rurrenabaque: Laguna de Patos


Entre finas gotas de suave bruma, aquella noche Juancarí y Anakoya ascendieron a los montes de Tesalia, junto a los Dioses del Olimpo, retozando en los Campos Elíseos, fundiéndose, delirando, exultándose en un sueño de oníricas efusiones, provocando una explosión de fósforo, aminoácidos, potasio y lúcidas hormonas, resbalando por el misterioso laberinto de oscuras cavidades, depositando apaciblemente una semilla en el centro del corazón de “Hera”, la diosa del alumbramiento. Fue así como concibieron, en su primera noche, en su primer acto, a Ichema, su hijo.

¿Por qué incomprensible razón había hecho eso?
Agarrado a un tronco, “Carí el Manechi”, descendía por el río Beni arrastrado por la corriente, golpeándose con las rocas, tragando bocanadas de agua que le inundaban los pulmones, sintiendo el pálpito del ahogamiento en sus sienes, al filo de la hipotermia, careciendo del más mínimo resquicio de calor humano, con el color pálido que lo asemejaba más al mundo de las ultratumbas que a los tórridos barrizales del verano. Dejaba un rastro de rojo fosforescente, para sugerencia de caimanes, babosas y oportunistas chupasangres, cuando en un último impulso, su cuerpo hecho jirones, se posó en un fangal de lodo, barro y excrementos deposicionales. Ya no sentía dolor y en su cabeza resonaban las palabras de los más viejos del poblado diciendo a los jóvenes - ávidos de experiencias y aventuras - que cuando ya no se siente el resquemor de las heridas, estás más muerto que vivo.



Anakoya partió a la jungla sola, como lo habían hecho todas las mujeres de su estirpe, para tener a sus hijos en los márgenes del río Beni. Agarrada a dos ramas y de cuclillas, apretaba en silencio, sin emitir quejido alguno, sin exteriorizar dolor en su rostro, omitiendo cualquier tipo de sufrimiento en vano. Las contracciones eran cada vez más fuertes y tan solo se permitía el respirar fuertemente de vez en cuando, para nuevamente comenzar el brío del parto. Pronto sintió cómo la cabeza del bebé empezaba a salir y empujó más y más para que su hijo sintiera por completo la luz de aquel día lluvioso. Al límite de sus fuerzas, Anakoya, sintió el llanto fuerte y profundo de aquel robusto niño, que empapado en el líquido amniótico del nacimiento, ponía a prueba sus pulmones heredados de los Juancarís, anchos y profundos. En aquel mismo momento la espesura de la jungla se inundaba de un aullido que eclipsaba la frondosidad de la vegetación, acompasando los bramidos de Ichema con los rugidos de Yaguaraté.



Juancarí, al borde de la histeria, esperaba pacientemente a que su mujer le trajera a su hijo, como lo hicieran el padre de su padre y todos sus antepasados. Hubiera dado la vida por poder acompañar a su Anakoya, pero la tradición de su pueblo imponía las leyes consuetudinarias - sociales y de comportamiento - y él no sería el primer “Tacana” que las transgrediera. Estaba a punto de reventar cuando vio a su mujer empapada en sangre y sudor aparecer a lo lejos con aquel pequeño cuerpo entre sus brazos. Al llegar a su altura extendió los brazos y agarró aquel cuerpecito indefenso, tierno y palpitante entre sus dedos. Acercándolo a su cara sintió la calidez del aliento de su hijo, exhalando e inhalando sobre su rostro, con toda la ternura de una nueva vida pura y apacible. Juancarí cerró los ojos y dejó que esa sensación lo inundara por entero, recorriendo todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, sintiendo el revoloteo de sus órbitas oculares estallar en centelleantes estrellitas, reconociendo la esencia de su descendencia en la erección de sus poros…

Lentamente, Juancarí, comienza a recobrar el conocimiento y siente un aliento cálido en su boca. Se estremece.
Es Ichema!!!, sólo él puede hacerle sentir ese dulzor del vaho aromático e inocente exhalado por un ser de esencia noble. Con la euforia de la alegría alucinatoria, “Carí el Manechi” abre los ojos y frente a él, a escasos centímetros de su cara, se encuentra el “Jaguar”.

3 comentarios:

Norma dijo...

siempre lo voy a decir te admiro y me gusta leer todo lo que escribes la pasion que se lee la trasmites con mucho emocion yo al leer siento como si estuviese viviendo el momento eres genial li
sigue asi
saluditos

Anónimo dijo...

Te puedo sobornar de alguna forma para que de una vez por todas me cuentes el final??...
Dí que si! .... ya? ;)

LI dijo...

Hola Norma, muchas gracias por tus palabras, hacen que me salgan los colores. Me encanta que te guste lo que modestamente escribo aquí. Por mi parte es recíproca la admiración que siento por tí, pues eres una artista en lo que haces, no me cansaré de decirlo. Un abrazo muy fuerte para ti y los tuyos.

Hola Milenita, mi princesa, todo se andará, paciencia que esta cabecita no da para mucho, jejejejejejejeje.
Un beso mi amor.
Li