martes, 21 de diciembre de 2010

I. Las Líneas de Nazca: Un vuelo entre los astros









Sentado en un aula de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria asistía con gran interés a una charla magistral que un arqueo-astrónomo polaco, de cuyo nombre no puedo acordarme, estaba realizando sobre las Líneas de Nazca, en Perú. Palabras musicales que sonaban con un acento castellano latinoamericano y que le daba un atractivo, aún mayor si se puede, a la fascinante exposición científica que repiqueteaba con una tonalidad envolvente en todo el recinto.
La arqueo-astronomía era el objetivo y objeto de sus estudios y mientras se emocionaba relatando los diferentes misterios arqueológicos, hoy día sin resolver todavía, sus ojos brillaron especialmente cuando nombró por primera vez a Nazca.
Ni Newgrance, ni Stonehenge, ni las Pirámides de Egipto, ni todo el Megalitismo de la fachada Atlántica Europea, habían conseguido esbozar en aquel profesor – investigador aquella expresión que yo conocía tan bien.
Y es que mientras hablaba, mi corazón latía desmesuradamente transportándome a mis vivencias de hacía pocos años atrás. Aún recuerdo cuando aquella avioneta daba vueltas en el aire sobre una de las maravillas que mis ojos han tenido el privilegio de ver. Casi sin quererlo y sin buscarlo iba a presenciar uno de los acontecimientos más impresionantes que el ser humano ha realizado en este planeta. En mi desbocada juventud ávida de experiencias y sensaciones sabía de la existencia de unas líneas que una civilización pre-inca había excavado bajo relieve en aquel desierto inhóspito, insondable e impenetrable… Pero no fue hasta ese día que, desde las alturas, bebí las lágrimas que la emoción soslayó en mi ser.
A unos 400 kilómetros al sur de Lima, en un árido paisaje que se extiende entre la región de Nazca y Palpa, se encuentran los geoglifos de Nazca. En una árida zona, en un lugar en el que ni la más dura de las plantas puede sobrevivir, se establecieron entre el 300 y el 900 d.c., los Nasca; una civilización de fornidos guerreros que sobrevivían de la agricultura y que osaban de ser maestros artesanos. Gentes belicosas que han dejado un profundo sentimiento de incredulidad en la comunidad científica, incapaces de responder a las preguntas más elementales que se hace un arqueólogo.


Suposiciones hacen pensar que su dominio del calendario astronómico les servía para saber la llegada de las estaciones; dominio del tiempo y con todo ello del agua que los abastecería al fundirse las nieves andinas que fluían hacia el Pacífico. De alguna manera encontraron la forma de canalizar, a través de acueductos, esas aguas que almacenaban en depósitos subterráneos.
En las Pampas de Jumana se dibujan figuras zoomorfas, geométricas y fitomorfas. Figuras de entre 260 y 275 metros de largo que solo pueden verse desde el aire. Representaciones de aves como cóndores, pelícanos, loros; de un mono, de una araña… Geoglifos que parecen pistas de aterrizaje, flechas que indican una dirección, diseños geométricos cuadrángulos, triángulos... Imágenes antropomorfas, que algunos pseudo científicos se han empeñado en compararlas con astronautas y que se encuentran en las laderas de las montañas.
Mientras mi cabeza daba vueltas a cada pirueta de la avioneta, no podía dejar de pensar, de interrogarme mentalmente, escudriñando una explicación, esa que sabemos que nunca obtendremos. Pero es que a esas alturas, en esos tirabuzones, empicados y contrapicados mi estómago ya no estaba para más disquisiciones y dejé que fuera mi vieja cámara analógica Minolta la que se encargase de registrar aquel viaje al pasado.



domingo, 12 de diciembre de 2010

II. Las Líneas de Nazca: El Mensajero de las Apus...




Su cuerpo sufrió un estremecimiento ante la presencia de aquel colgajo. El mensajero de los Apus pendulaba un objeto arcano ante la mirada atónita de María, arrobándose y esbozando una mueca que se le antojaba una burla macabra del Leviatán.
Centró su mirada y pudo distinguir perfectamente lo que aquel indígena artero, vestido con un taparrabos y tocado de plumas multicolores, le mostraba.
Enteca de emoción, pudo distinguir perfectamente su cabeza, su propia cara que la atenazaba, que la miraba fijamente.


Y aquella sonrisa burlona, aquella mueca diabólica, se convirtió en una carcajada estridente, más propia de ultratumba que de entre los vivos; escrufulosa e iracunda, sarmentosa y vegetativa, de índole estulta e incomprensible para su ser.
Saltó hacia atrás presa de un pánico febril y cayó al vacío. Pronto su cuerpo golpearía y se haría pedazos, para dejar una simple mancha de su existencia. Y aunque sea una sedicente, aunque haya realizado tanto camino, tanto recorrido, tanto por conocer, ahora los segundos… cuentan.
El placer de la caída, el sentirse inyectada en el aire, no cambia el hecho de que al final de ese último momento llegará la parálisis de todos los sentidos. Pignorando tu alma a los designios, se resignará a lo inevitable, pero María no pudo creer lo que vio en el momento en el que miró al cielo en un escorzo resignado.
Aquel petulante indígena corta cabezas caía velozmente dándole alcance y poniéndose a su lado, a la vez que tensaba sus músculos, llevando al límite sus tendones articulares y mostrándole una figura tras otra ensangrentadas, de las que ella no podía apartar la mirada.
La cabeza de un “mono”, la figura de una “serpiente”, los ojos penetrantes de una “araña”; cuadrados y triángulos, flechas y caminos, señales de piedras parduscas y senderos sinuosos. Un zorro vomitando; un cuadro bélico en el que un fornido guerrero secciona la cabeza de su contrincante en un certero tajo que le secciona de oreja a oreja.
Sangre coagulada y calor; frío y sequedad de la noche; soledad regocijada con la angustia del condenado. Y una vez más su cabeza, colgada y danzando.
- María, María…
Una mano la zarandea sacándola de la caída mortal. Levantándose bruscamente, María, empapada en sudor y lágrimas, abre los ojos volviendo a la realidad. Y como si alguien hubiese tratado de ajarla, se revuelve indómita en la cama, bueno, en aquel catre de paja en el que depositó sus atormentados huesos.
Hacía dos días que María Reiche había llegado a Nazca y hacía escasamente una semana que el Doctor Paul Kosok le había revelado el fascinante descubrimiento que hiciera en aquel increíble territorio, aunque Pedro de Cieza de León ya referenciara las figuras en 1547.
Cuatro días antes, María, aquella profesora de matemáticas, se montó en un colectivo que la llevaría al sur de Perú y nada más llegar correteó por aquel desierto, bajo un tórrido sol, gritando emocionada, luchando contra su corazón desbocado y agraciado, todavía, agasajado con la juventud del momento.


Sin darse cuenta y sin pensar que se sometía a las inclemencias de los elementos, le bastaron dos días a las leyes naturales de la tierra para casi acabar con aquel ser humano. Pero María estaba destinada a pasar a la historia de la arqueología, sellando su vida en aquellas tierras que la vieron morir en 1998, pero que sobre todo la vieron vivir apasionadamente.
En 1942 María Reiche llegó a Nazca para no marchar nunca más. Entregó su vida a una causa, a una pasión.
En 1990, cuando mis pies pisaron aquellos territorios sentí la emoción de estar sobre la tierra en la que María Reiche había consagrado su vida. No pude verla, hablar con ella, sentir sus pasiones derramadas, pero aún así su vuelo junto al mensajero de los Apus se hizo sentir en toda la sequedad del desierto, en el susurro de la brisa, en la emoción del momento. Aquella mujer que levantaba pasiones, nacida en Dresden, Alemania, tuvo un sueño seductor y perverso a la vez y como dijera en una ocasión: “si alguna vez se dan las respuestas a este enigma que me ha intrigado hasta hoy, perdería todo interés”. Por lo que María sigue cayendo junto a su indígena "corta cabezas" y sus carcajadas pueden sentirse en el eco del desierto.
María Reiche y Paul Kosok identificaron numerosas líneas que apuntan a las fases lunares, así como otras que señalan solsticios y equinoccios solares. Algunas líneas dirigen sus trazos hacia constelaciones conocidas, como la de Orión.
Kosok no pudo resistirse en señalar que las líneas de Nazca eran como “El Libro de Astronomía más grande del mundo”, mientras que María apuntaba a un mega gigante Calendario que servía a aquellos belicosos habitantes de tierras indómitas a sobrevivir en aquel increíble territorio.
Sosteniendo estos huesos en mis manos, palpitando de emoción en este cementerio destapado, sintiendo la vibrante emoción de la muerte en mi gorja, no dejo de pensar de forma apodíctica sobre aquellos guerreros agricultores y su pasado.
¡Ay de mí!, prodigiosa imaginación que me lleva a esos remotos recuerdos de los muertos, en la que cada uno cuenta una historia susurrante al oído de heroicas hazañas, de sabios guerreros, de batallas ganadas por los "corta cabezas". Y aunque sé que eres de otro tiempo, de cientos de momentos; aunque tu existencia te separe de la mía por tantos descubrimientos, fuisteis capaces de sostener conocimientos y técnicas insospechadas. Perdimos, de algún modo, la sabiduría de nuestros ancestros y sólo deseo que María siga interesada en tu misterio.

viernes, 30 de julio de 2010

Vuelve la misma sensación. Vietnam V

Unas manos poderosas se cierran sobre tu garganta, sin dejarte posibilidad a, por lo menos, liberar un grito. La inmundicia se desparrama por tu cuerpo impregnando tus poros, tu ser, tu alma…
Deseas morir, pero el instinto de supervivencia, cruel y estoico, te mantiene con vida, para recordar, para volver a pensar, para sentir por el resto de tu vida. Es como revivir un olor que te transporta, que te bloquea…
Tom miraba extasiado las violaciones. Desgarros de ropas, llantos incontrolados, súplicas en un idioma desconocido, escenas absurdas que nunca hubiera imaginado, lujuria y más lujuria de verdugos contra sus víctimas. De alguna manera aquellos hechos dejaron a algunos seres en estado de coma y a otros en el olvido.
Tu cabeza da vueltas como en un sueño; restriegas tu cuerpo desgajando la piel, como queriendo quitar algo que queda sellado de por vida. Y lo sabes, lo sabes… Vives y no olvidas… Y además crees que eres el culpable, el sucio…
Tu mirada enfoca el infinito y dejas de ser humano. Pronto lo sabría…


Pham Van Phu Ngao vio como asesinaban a toda su familia, como violaban a su madre y hermanas. Aún recuerda sus gritos y llantos, como extendían sus manos, en un gesto de súplica y socorro. Pero Pham Van Phu Ngao también era desgarrado de su niñez. Sin saber por qué ni cómo lo ultrajaban en cuerpo y alma.
Pero ahora, Phu Ngao consolaba a Tom, aquel enorme hombre que lloraba desconsolado en la fría lápida que contenía los restos de su existencia, de lo que una vez fue… Sabía que Tom era una víctima más, quizá su sufrimiento fuera más terrible que el suyo, pues no hay más tortura que el sentirse culpable de un delito, ser consciente del daño causado.


Yo en mi persona, deseo ser mil y una vez la víctima, pues la culpabilidad no está en mis registros como ser humano y sin embargo aprendí a soportar los envites de la vida, como ente razonable; aprender de ellos para ser mejor, para aportar a la humanidad, en mi modestia y humanidad…
Más de 400 vietnamitas murieron en My Lai y hoy el nombre de la aldea simboliza el salvajismo de Estados Unidos. El gobierno le echó la culpa a unos soldados desbocados, pero como escribió el historiador Howard Zinn: "En cuanto a My Lai, solo los detalles son únicos".
Los detalles que os cuento son los pormenores de la vida, de una vida que hoy por hoy aún no entiende, que se niega a creer que hay algo oculto en la percepción de un océano de fuego, como una fiebre regresiva, cayendo en el abismo de mis manos callosas como las que son ahora, pero tiernas y dulces como las que fueron…
My Lai, Vietnam, difícil será dejarte en el olvido. Serás un Deja vu insistente, caminos que vuelves a pasar, que volveremos a pasar…



Agarrado a mi cámara como un poseso, mi pasión se desata, como energúmeno indefinido. Deseo captar todos esos detalles que llevaré de regreso a mi rutina. Es como querer obtener parte de la existencia de estas gentes. Es mejor no preguntar, solo constatar, en una refriega inmutable en la que está el bien o el mal… Aunque he de decir que es un camino muy difícil de solventar… Este es un descuido que ya nada ni nadie puede impedir.



viernes, 5 de febrero de 2010

Y la Historia se Repite



“Marines, asesinos de palomas, bravos nihilistas de mirada de cieno.
Heroicos bombardeadores de chiquillos.
Demócratas de guadaña y de coz.
Libertadores de arterias, descerrajadores de pechos.
Cultivadores de estiércol, conquistadores de cunas y de trenzas.
Cerdos y perros.
Vuestros niños, perfectos, son los hijos de los linchadores de Bagdad.
Cuando les abandone la perfección, cuando la gracia los deje en la orilla ¿De qué están hechos por dentro? ¿Qué otras ciudades, qué otras palabras, qué otros niños destruirán?
Niños de Irak, es decir, niños del mundo, llorad, gemid, gritad, pero que no os corrompan.
No os olvidamos, pedernales, estrellas, niños de Irak.
Entre las ruinas, con pezuñas de tela, bajo el rescoldo del mal, el hombre pende como un harapo de vuestra sonrisa imparcial, de vuestra plaga de dientes.
Arde Bagdad, pero no cedas.”

miércoles, 3 de febrero de 2010

"Good Morning Vietnam". I




¿Qué pudo llevar a un hombre a querer sentir el calor de un Dios o una Diosa? ¿Por qué extraña razón aceptaba como un niño el regazo de una divinidad que le diera un sentido a su vida?
Aferrarse a lo divino y lo sagrado, buscar un resquicio de esperanza. A Tom sólo le quedaba ese consuelo…


Así fue como lo encontraron los monjes de Cao Dai, tirado en el suelo a la entrada del Templo durante una noche bochornosa; llorando amargamente, suplicando a Dios o a una Diosa, daba lo mismo. Y como algo que quedara impreso en la historia de la Pagoda del Pilar Único lo recogieron, como gorrioncillo mal herido y lo llevaron al altar.
Nunca antes occidental había pisado suelo sagrado; nunca antes novicio, monje, iniciado o hermano que no fuera vietnamita se había postrado ante el “Ojo". Pero aquella noche “El Americano” entraba en el Templo dejando un reguero de sangre negra a su paso y no hubo creyente que pudiera evitar que Tom se postrara ante la deidad del Pilar Único.

Cuenta un acólito joven con sonrisa maliciosa que Tom está entre los presentes y todo aquel que visita la Pagoda intenta vislumbrarlo, tocarlo, venerarlo, porque dicen que es el hermano más devoto y consagrado a la oración y las lenguas del lugar le otorgan dones curativos y todo aquel que es tocado por él, por “El Americano”, sana enseguida de sus heridas.

Yo no fui menos que otros y entre monjes y visitantes intenté ver unos ojos occidentales ataviado con ropajes coloridos, pero nadie hasta el momento ha logrado verlo en plenitud y todos deben conformarse con la leyenda del Templo de Cao Dai, donde el misticismo electrifica el tiempo y el espacio.
Pero la historia de Tom es más simple y humana que la leyenda de su penitencia, es quizá la vida de muchos y la existencia de todos; son nuestros errores indulgentes, nuestra juventud desmedida, es el arrepentimiento y la calma, es el desasosiego y el descanso.

Tom Ritscher, nacido y criado en los campos de Texas, conducido y dirigido en sus pensamientos por una tierra árida e ingrata, resabiada con el mundo, egocentrizada en sus creencias, subió al monte para caer al vacío y hoy es un ser humano y comparte su esperanza con aquellos que no volvieron a la Edad de Piedra.

“Un monje gira su cabeza y me mira, creo distinguir un pelo rubio y unos ojos azules, pero la frugalidad ha sido excesiva. Aun recuerdo su sonrisa, que fue lo que más impregnó mi mente, una sonrisa de paz y tranquilidad…”
Como el mismo Caodaismo, en el que se combinan el Budismo, el Confucianismo, el Taoísmo, el Islam, el Cristianismo y el Espiritualismo Autóctono Vietnamita, ascendiendo a una “Alta Torre”, Ton encontró el descanso y la comprensión en su palacio personal. Subió su torre, hermandad de religiones, respeto y tolerancia, imperando sobre la incomprensión y la desesperanza.

Caminar por los pasillos del Templo de Cao Dai, mirar cara a cara y directamente a los ojos de un monje anciano que reposa placenteramente antes de las celebraciones matinales; esculpirme en la arquitectura y en sus relieves, embeberme de la oración y de la música que suena de fondo en un vaivén embriagador, contemplar manos entrelazadas, diagnosticarse con miradas profundas conectadas con el “yo”, excitarse de pasión, de emoción. Anduve en Cao Dai y hoy conozco algo más del alma humana…




viernes, 29 de enero de 2010

Vietnam: "Platoon" también es vietanmita. II





Tom sentía el frío del mármol recorriendo su espina dorsal. Allí sentado, con las manos en la cara, lloraba, lloraba exasperadamente.
¿Nunca habéis llorado tanto y tan desesperadamente que creíais morir? ¿Habéis sentido cómo algo por dentro se desgarra mientras vuestro rostro se encoge de dolor?

¿Nunca habéis llorado de tal forma, tan terriblemente, que la presión sobre vuestros senos paranasales se hacía insoportable, que los ojos parecían salir de las órbitas, que sentíais que no podíais respirar porque vuestras narices estaban taponadas, que las mandíbulas no daban más de sí, que el escorzo de vuestra cara sorprendería al más loco escultor?

Pero, a pesar de ese enorme dolor que produce el llanto descontrolado, la pena insoportable… ¿No habéis sentido como una liberación?
¿Nunca habéis gemido con el llanto, pidiendo, suplicando, sintiendo que no queríais dejar de llorar, que esa sensación liberaba vuestra alma, a la vez que la mantenía presa?
Aquella mañana Tom lloraba de esa forma sobre la lápida de Thien Phu Ngao, uno de tantos de My Lai.
Les ordenaron “entrar a saco”, los del Vietcong estarían por todas partes, armados, pertrechados, dispuestos a asesinar a todos los americanos… Les dijeron que no tuvieran piedad, ni compasión, que muchos compañeros habían dejado la vida por defender la libertad, un mundo libre… “Hacedlos regresar a la Edad de Piedra”, les había dicho el General Curtis LeMay, ese gran general defensor de la democracia, condecorado con medallas de sangre y muerte…
El 16 de Marzo de 1968 Tom entraba en la aldea de My Lai con órdenes concretas: “Matar y destruir todo lo que estuviera vivo en la aldea. No debían tomar presos”
Ese día Tom esperaba morir en el campo de batalla, los “Charly” se dejarían la piel y posiblemente una bala estaría reservada para él. Pero el destino le tenía preparada una muerte más horrible, más demencial, más caótica: seguir vivo para recordar…
Que fácil es morir sin agonía, que en un chasquido de dedos todo se termine. No hay dolor, ni remordimiento, ni pena, ni desolación, solo hay la nada, el instante de decir - “chao vida, aquí me apeo”. Pero a Tom la vida le tenía dispuesto una tortura más cruel que la muerte misma: el sobrevivir a la vergüenza, a la miseria humana, al tormento del arrepentimiento…
No hubo resistencia, sólo vio tres armas y no sufrieron ni una baja. Era una aldea más, con ancianos, mujeres y niños y no había ni un solo hombre con edad militar.
Tom se paralizó, ni un solo músculo de su cuerpo reaccionó, sólo miraba, como si fuera espectador de una película surrealista. Empezaron a masacrar a los aldeanos.
Vio una anciana en la cama y un monje vestido de blanco le rezaba. Después el teniente Calley lo arrastró afuera y a pesar de las súplicas del monje el valeroso teniente lo empujó hacia el arrozal y le disparó a quemarropa.

El soldado Tom Ritscher tiró su ametralladora y se arrodilló convulsionando por dentro, sintiendo arcadas, desprendiéndose de los restos humanos que salpicaban su cara y que le dejaban ese sabor dulzón de la sangre.

Una mano cálida que contrasta con la frialdad de la lápida se posa en el hombro de Tom. Le aprieta suavemente, le acaricia tiernamente, le consuela, le arropa en su seno…

jueves, 14 de enero de 2010

La Chaqueta Ya No Es Metálica. Vietnam En La Lápida III

Les ordenaron empujar a todos los vietnamitas a una zanja.
Un soldado explicó: "Empecé a dispararles y creo que maté a unas 20 ó 25 personas… hombres, mujeres y niños, hasta bebés".
A un bebé que salió a gatas de la zanja lo agarraron, lo tiraron de nuevo dentro y le dispararon.


Caminaba contemplando todo con ojos de asombro. Eso es algo que nunca podré dejar de hacer. Apasionarme con las sensaciones, con sus gentes, sus coloridos, sus caras...
Miraba a mi alrededor escudriñando en su arquitectura; observando las rutinas diarias de los vietnamitas; participando en los regateos con los vendedores ambulantes; riendo con la torpeza del ciclista, la velocidad del motorista, el caos circulatorio; ruborizando mi rostro con la mirada del anciano - “quizá, qué será lo que piense de mi” -…



Mi olfato envía impulsos a mi cerebro en un convite de exquisitos manjares, mezclados, mixturados, casi palpando sólidamente sus sabores, sus aromas pululantes que obligan a cerrar los ojos y dejarse llevar por la fascinante gastronomía sin pensar en lo que ingieres, solo dejarse llevar en un camino sin retorno de experiencias culinarias.
En eso estaba cuando mis pies tropezaron con algo que me hizo dirigir la mirada hacia abajo donde pude leer:
“Dang Cong Thanh
De Nhut Lang
10 – 5 – 1943”


Nuevamente os digo que mi imaginación es prodigiosa y echándose a volar contemplé el batir del ciclón enfurecido, de la tempestad dejando claro quien posee el poder atronador de poner las cosas en su sitio. Vientos huracanados jugando con los hombres y mujeres, moviendo buques inmensos a merced de las olas, rompiendo los castillos como si de casa de muñecas se tratara, blasfemando cementerios sacro santos sin respetar ni a vivos ni a muertos.
Y allí, bajo mis pies “Dang Cong Thanh” se me manifiesta, como queriéndome contar una historia, su historia, quizá la de un “Charly”, la de un “Vietcong”, o la de un campesino intentando proteger a su familia. Con toda probabilidad la de un inocente, que cometió un único delito: defender su vida y la de los suyos, su trozo de tierra, aquella que lo vio nacer, aquella que lo conoció en su infancia, aquella que un día fue invadida por fuerzas extranjeras, fuerzas diabólicas…

Puede que su vida la pasara agachado en los arrozales; quizá sus hazañas se contaran entre los jóvenes de heroicas proezas y batallas inmemoriales. “Dang” me cuenta una historia, miles de historias…


He tocado esa lápida y mentalmente he honrado su memoria, le he pedido perdón por osar haber pisado el trozo de mármol que finalmente coronó su existencia y de alguna manera parte de “Dang” ya no me dejará mientras viva...

Hicieron lo mismo por toda la aldea. Quemaron las chozas y los cultivos, y mataron el ganado. A algunos aldeanos les rayaron "Compañía C" en el pecho; a otros los destriparon. A las mujeres las violaron. Un soldado dijo:
"No era difícil encontrar gente para matar, estaban por todos lados. Les corté la garganta, las manos, la lengua y el cuero cabelludo. Muchos soldados lo hacían y yo lo hice también".



La mano cálida de Pham Van Phu Ngao se posa sobre Tom. Es una mano cálida que contrasta con la frialdad de la losa. Phu Ngao lo aprieta, le acaricia tiernamente, lo arropa en su seno… Tom está sentado en el mármol donde está toda la familia de Phu Ngao, una familia de tantas de My Lay, la familia Thien Phu Ngao y Tom no puede dejar de llorar, pero ahora lo hace en el regazo del aquel hombre vietnamita…