viernes, 29 de enero de 2010

Vietnam: "Platoon" también es vietanmita. II





Tom sentía el frío del mármol recorriendo su espina dorsal. Allí sentado, con las manos en la cara, lloraba, lloraba exasperadamente.
¿Nunca habéis llorado tanto y tan desesperadamente que creíais morir? ¿Habéis sentido cómo algo por dentro se desgarra mientras vuestro rostro se encoge de dolor?

¿Nunca habéis llorado de tal forma, tan terriblemente, que la presión sobre vuestros senos paranasales se hacía insoportable, que los ojos parecían salir de las órbitas, que sentíais que no podíais respirar porque vuestras narices estaban taponadas, que las mandíbulas no daban más de sí, que el escorzo de vuestra cara sorprendería al más loco escultor?

Pero, a pesar de ese enorme dolor que produce el llanto descontrolado, la pena insoportable… ¿No habéis sentido como una liberación?
¿Nunca habéis gemido con el llanto, pidiendo, suplicando, sintiendo que no queríais dejar de llorar, que esa sensación liberaba vuestra alma, a la vez que la mantenía presa?
Aquella mañana Tom lloraba de esa forma sobre la lápida de Thien Phu Ngao, uno de tantos de My Lai.
Les ordenaron “entrar a saco”, los del Vietcong estarían por todas partes, armados, pertrechados, dispuestos a asesinar a todos los americanos… Les dijeron que no tuvieran piedad, ni compasión, que muchos compañeros habían dejado la vida por defender la libertad, un mundo libre… “Hacedlos regresar a la Edad de Piedra”, les había dicho el General Curtis LeMay, ese gran general defensor de la democracia, condecorado con medallas de sangre y muerte…
El 16 de Marzo de 1968 Tom entraba en la aldea de My Lai con órdenes concretas: “Matar y destruir todo lo que estuviera vivo en la aldea. No debían tomar presos”
Ese día Tom esperaba morir en el campo de batalla, los “Charly” se dejarían la piel y posiblemente una bala estaría reservada para él. Pero el destino le tenía preparada una muerte más horrible, más demencial, más caótica: seguir vivo para recordar…
Que fácil es morir sin agonía, que en un chasquido de dedos todo se termine. No hay dolor, ni remordimiento, ni pena, ni desolación, solo hay la nada, el instante de decir - “chao vida, aquí me apeo”. Pero a Tom la vida le tenía dispuesto una tortura más cruel que la muerte misma: el sobrevivir a la vergüenza, a la miseria humana, al tormento del arrepentimiento…
No hubo resistencia, sólo vio tres armas y no sufrieron ni una baja. Era una aldea más, con ancianos, mujeres y niños y no había ni un solo hombre con edad militar.
Tom se paralizó, ni un solo músculo de su cuerpo reaccionó, sólo miraba, como si fuera espectador de una película surrealista. Empezaron a masacrar a los aldeanos.
Vio una anciana en la cama y un monje vestido de blanco le rezaba. Después el teniente Calley lo arrastró afuera y a pesar de las súplicas del monje el valeroso teniente lo empujó hacia el arrozal y le disparó a quemarropa.

El soldado Tom Ritscher tiró su ametralladora y se arrodilló convulsionando por dentro, sintiendo arcadas, desprendiéndose de los restos humanos que salpicaban su cara y que le dejaban ese sabor dulzón de la sangre.

Una mano cálida que contrasta con la frialdad de la lápida se posa en el hombro de Tom. Le aprieta suavemente, le acaricia tiernamente, le consuela, le arropa en su seno…

jueves, 14 de enero de 2010

La Chaqueta Ya No Es Metálica. Vietnam En La Lápida III

Les ordenaron empujar a todos los vietnamitas a una zanja.
Un soldado explicó: "Empecé a dispararles y creo que maté a unas 20 ó 25 personas… hombres, mujeres y niños, hasta bebés".
A un bebé que salió a gatas de la zanja lo agarraron, lo tiraron de nuevo dentro y le dispararon.


Caminaba contemplando todo con ojos de asombro. Eso es algo que nunca podré dejar de hacer. Apasionarme con las sensaciones, con sus gentes, sus coloridos, sus caras...
Miraba a mi alrededor escudriñando en su arquitectura; observando las rutinas diarias de los vietnamitas; participando en los regateos con los vendedores ambulantes; riendo con la torpeza del ciclista, la velocidad del motorista, el caos circulatorio; ruborizando mi rostro con la mirada del anciano - “quizá, qué será lo que piense de mi” -…



Mi olfato envía impulsos a mi cerebro en un convite de exquisitos manjares, mezclados, mixturados, casi palpando sólidamente sus sabores, sus aromas pululantes que obligan a cerrar los ojos y dejarse llevar por la fascinante gastronomía sin pensar en lo que ingieres, solo dejarse llevar en un camino sin retorno de experiencias culinarias.
En eso estaba cuando mis pies tropezaron con algo que me hizo dirigir la mirada hacia abajo donde pude leer:
“Dang Cong Thanh
De Nhut Lang
10 – 5 – 1943”


Nuevamente os digo que mi imaginación es prodigiosa y echándose a volar contemplé el batir del ciclón enfurecido, de la tempestad dejando claro quien posee el poder atronador de poner las cosas en su sitio. Vientos huracanados jugando con los hombres y mujeres, moviendo buques inmensos a merced de las olas, rompiendo los castillos como si de casa de muñecas se tratara, blasfemando cementerios sacro santos sin respetar ni a vivos ni a muertos.
Y allí, bajo mis pies “Dang Cong Thanh” se me manifiesta, como queriéndome contar una historia, su historia, quizá la de un “Charly”, la de un “Vietcong”, o la de un campesino intentando proteger a su familia. Con toda probabilidad la de un inocente, que cometió un único delito: defender su vida y la de los suyos, su trozo de tierra, aquella que lo vio nacer, aquella que lo conoció en su infancia, aquella que un día fue invadida por fuerzas extranjeras, fuerzas diabólicas…

Puede que su vida la pasara agachado en los arrozales; quizá sus hazañas se contaran entre los jóvenes de heroicas proezas y batallas inmemoriales. “Dang” me cuenta una historia, miles de historias…


He tocado esa lápida y mentalmente he honrado su memoria, le he pedido perdón por osar haber pisado el trozo de mármol que finalmente coronó su existencia y de alguna manera parte de “Dang” ya no me dejará mientras viva...

Hicieron lo mismo por toda la aldea. Quemaron las chozas y los cultivos, y mataron el ganado. A algunos aldeanos les rayaron "Compañía C" en el pecho; a otros los destriparon. A las mujeres las violaron. Un soldado dijo:
"No era difícil encontrar gente para matar, estaban por todos lados. Les corté la garganta, las manos, la lengua y el cuero cabelludo. Muchos soldados lo hacían y yo lo hice también".



La mano cálida de Pham Van Phu Ngao se posa sobre Tom. Es una mano cálida que contrasta con la frialdad de la losa. Phu Ngao lo aprieta, le acaricia tiernamente, lo arropa en su seno… Tom está sentado en el mármol donde está toda la familia de Phu Ngao, una familia de tantas de My Lay, la familia Thien Phu Ngao y Tom no puede dejar de llorar, pero ahora lo hace en el regazo del aquel hombre vietnamita…


miércoles, 6 de enero de 2010

Cuando El "Apocalipsis Now" Se Convierte En Un Viejo Derrotado. Vietnam, Vietnam...IV



Lentamente eclosiona liberándose de su prisión. Al contacto con el exterior siente que ya no es del mundo que deja atrás. Ahora forma parte de la cadena física de la que nunca debió salir y a la cual pertenece desde hace milenios. Química y clandestinamente se convertirá nuevamente en vapor, otras veces se helará formando un bloque sólido con otras de su especie. Pero, como en un ciclo interminable, volverá a penetrar en otro cuerpo para retornar, restablecer y renacer.
Y a su paso deja los restos que no le pertenecen, sales minerales y demás, en una limpieza que la transforma en algo puro.




Pero en este caso, mi caso, es una simple gota de sudor que florece de mi frente para empapar la camisa mojada que se pega en mi torso, mientras siento un profundo dolor intenso en mi hombro izquierdo.
Después de 7 horas de agujas infinitas mi mente me traiciona. El dolor se transforma en delirio y soy capaz de vislumbrar mínimamente el alcance del sufrimiento humano. Intento el consuelo y pienso en tantos otros que han sufrido tormentos sin igual, pero a estas alturas intuyo que de alguna manera Win Lien se está vengando por todos sus antepasados y solo encuentro el susurro en sus ojos, en esos ojos que siempre me arropan y que con su voz tierna y dulce me dicen: - tranquilo ya falta menos – aunque todos sepamos que es mentira.
Hoy miro sus símbolos y, como madre que pare con dolor, gozo con su significado, con lo que para mi representará mientras viva, incrustado en mi piel, en un Tam Tam de tambores metálicos que desde la prehistoria y de muy lejos vienen a recordarme las vivencias de aquel año en que anduve por aquellas tierras testigo de sufrimientos y pasiones.


"En los refugios subterráneos, mataron a propósito a mujeres y niños con bombas. A los ancianos los mataron en los campos. A los presos los torturaron y los ejecutaron, y guardaron las orejas y el cuero cabelludo como recuerdos. Un soldado le sacaba a patadas la dentadura a los cadáveres buscando oro".

Tom fue un soldado que con tan sólo 19 años lo enviaron a My Lai; ser un niño para vivir el resto de su vida como anciano terminal. Aquel americano de casi dos metros se sentía insignificante, como despojo humano ante aquel vietnamita de escaso metro sesenta. Pero no fue hasta aquella mañana en la que siendo consolado por Pham Van Phu Ngao, su alma no encontró tranquilidad y sosiego.
Se supo de la matanza de My Lai porque algunos soldados la dieron a conocer, a pesar que de intentaron ocultarla, en un alarde de valentía sin precedentes. ¿Cómo ocultar la barbarie humana?, ¿Cómo neutralizar almas como la de Tom?
Arrodillado en el suelo Tom fue incapaz de disparar un solo tiro; miraba a su alrededor observando ralentizadas imágenes del infierno, de la deshumanización… Hasta que un golpe seco y contundente lo devuelve del sopor en que ha caído. Es un capitán que le increpa y le fustiga, pretendiendo que se una al aquelarre de sangre, pólvora y violación…




Una madre después de ver las fotos en la revista Life de la masacre en My Lai declaró: “Les entregué a un buen muchacho y lo convirtieron en un asesino”.

Mi hombro izquierdo hierve de pasión, incandescente, integrándose en el universo cósmico de la historia de los otros. Hoy, mientras curaba las heridas infringidas en mi miembro errático, una mujer vietnamita se ha sentido orgullosa por mi hazaña y en ese momento el respeto y la admiración que ya sentía por este pueblo apasionante al que admiro, se ha acrecentado hasta límites infinitos…

En la guerra de Vietnam, Estados Unidos soltó más de siete millones de toneladas de bombas, o sea, más del doble de lo que recibieron Europa y Asia durante la II Guerra Mundial (en un país del tamaño del estado de Nuevo México). Es un promedio de una bomba de 500 libras por cada vietnamita. Hoy hay unos 20 millones de cráteres en Vietnam, que se llenan de agua y sirven de caldo de cultivo para los mosquitos que transmiten malaria y dengue, dos graves problemas actuales.

Pero quién se acuerda de Vietnam?????