
Geográficamente esta zona es conocida en Chile como el Norte Grande, constituida por el desierto de Atacama - uno de los más secos del mundo - y allí se encuentra la riqueza mineral de este bello país, compuesta por grandes yacimientos de cobre y salitre.
El capricho del pasado de estas gentes quiso que a finales del siglo XIX el Nitrato de Sodio, comúnmente llamado Salitre, se convirtiera en el vital puntal de la economía chilena, siendo el principal productor a nivel mundial de este material imprescindible como abono agrícola.Ni Noeliner, Ochsenius, Pissis, Mieres y Whitehead se ponen de acuerdo al elaborar una teoría del por qué se formaron estos depósitos en esta zona, pero lo cierto es que sea como fuere allí estaba yo, casi extasiado al sentir mis pies posados sobre el salitre que mezclado con otras pastas le daba una consistencia de cemento fraguado; sintiendo como propio el sudor de aquellos hombres esforzados combatiendo contra el desierto, vulnerables ante la arbitrariedad cometida por los patronos y el duro control que ejercían sobre sus vidas.
El recuerdo que ahora eriza mis cabellos me lleva a las calles desérticas de Humberstone, a sus edificios en los que entré como intruso: en la Casa de Administración, en el Teatro, en la Pulpería, en la Panadería, en el Cuartel de Bomberos… Me parece estar oyendo los gritos y las risas de los niños bañándose en la Piscina comunitaria, el ronroneo del viento batiendo en el Molino; los golpes de la maestra reclamando el silencio de la chiquillería en la Escuela.Entrar en Humberstone es compartir la historia, es casi revivirla. Mi mente, que siempre juega a transportarme, me succiona al momento en que aquel lugar bullía por la actividad y el ajetreo del trabajo en las minas, de la ida y venida interminable del ripio que todavía hoy reposa esparcido en el desierto, como impronta del sufrimiento del pampino.
Me giro sobresaltado creyendo ser atropellado por la carreta repartidora del agua potable; me aparto para dejar paso a la Vagoneta que vacía el Caliche a los chanchos; llevo el gesto a mi sombrero para saludar al Jefe de Pampa, al encargado de correos que, montado en su mula, se detiene a charlar con unos y otros; tropiezo con el Palanquero que corre de forma acalorada para no llegar tarde a su puesto de trabajo; admiro la habilidad del inspector de vías que montado en su monocarril realiza auténticos movimientos coordinados.

Pero en este recorrido por la historia en el que voy cogido de la mano de mi compañera, nos detenemos en un reflejo compartido ante la conversación de una cuadrilla de desripiadores. Podemos sentir su malestar ante los abusos de los dueños, ante el sistema de pago por medio de fichas las cuales son sólo canjeables exclusivamente en las oficinas y negocios de Humberstone.
Planean reclamar al Gobierno de Santiago atención y mejoras en sus condiciones de vida; proclaman consignas y demandas laborales que desembocarán en una huelga general, iniciándose un 10 de Diciembre de 1907 la “Huelga de los 18 Peniques”, sin saber que morirían acribillados aquel fatídico 21 de Diciembre en la escuela de Santa María de Iquique, formando parte de una estadística macabra de 2.200 seres humanos asesinados y enterrados en fosas comunes, para intentar ocultar una matanza incomprensible.Visitar Humberstone en medio de un desierto impasible, tortuoso y agotador es una experiencia sobrecogedora. En el silencio de sus recovecos, siendo fustigados por un viento seco y abrasador, nuestra mente se metamorfosea convirtiéndonos en uno más de aquellos seres humanos desgajados, impregnándonos de sus olores a óxido, de sus sufrimientos incandescentes y pasiones febriles que recorrieron una vez aquellas calles y edificios.
Señoras y señores
venimos a contar
aquello que la historia
no quiere recordar.
Pasó en el Norte Grande,
fue Iquique la ciudad.
Mil novecientos siete
marcó fatalidad.
Allí al pampino pobre
mataron por matar.
Cantata de Santa María de Iquique.





Aquellos días de Diciembre de 1907 había habido mucho movimiento en el puerto y, por lo que pudo saber Carlos, varios regimientos habían desembarcado para reforzar los dos que se encontraban en Iquique. Él y sus hombres no sabían que estaba pasando realmente, pero se había declarado el Estado de Sitio y les habían dado la orden de encaminarse a la Escuela de Santa María de Iquique. Los rumores eran que gran cantidad de obreros del salitre habían llegado a la ciudad, pero todo era confuso y no sabían realmente qué estaba pasando.
Lo que sucedió aquel 21 de Diciembre de 1907 no se borraría jamás de su mente. Los recuerdos de los acontecimientos que se sucedieron los llevaría como una losa pesada el resto de sus días. Nunca imaginó, cuando se alistó en el ejército, que contemplaría una matanza como la que se produjo en aquella Escuela, como si de corderos al matadero se tratara, hombres, mujeres y niños fueron masacrados en un baño de sangre irracional y sin sentido.

Si, a Pedro, su hijo, su amado hijo, al que le devolvieron medio muerto cuando fue a buscarlo al Estadio Nacional donde acudió con la misma actitud que mostrara a los 10 años frente al verdugo de su padre, siendo un hombre de la Pampa, de los sólidos, de los de la tierra. Quizá fuera por eso por lo que aquel militar, que lo miraba desafiante, no pudo sino bajar la cabeza y dar la orden de que le trajeran a su hijo de inmediato.
Pedro murió en sus brazos, fundidos en un beso de ternura, de amor, de valentía, de fuerza y le prometió cuidar de sus nietos, María y Antonio.








