domingo, 8 de junio de 2008

Sangre a orillas del Lago Atitlán (Guatemala)




En el año 1986 recorría las fangosas calles de los pueblitos Mayas a orillas del Lago Atitlán (Guatemala), San Pedro y San Juan. No dejaba de sorprenderme de la habilidad de las tejedoras que, con sus rústicos telares heredados de sus antepasados mayas, realizaban prendas de vivos colores y suave tacto.
Una hora nos había llevado recorrer, en una rutinaria embarcación, la corta distancia que separaba Panajachel de San Pedro y San Juan.
Hoy día Panajachel es un conocido centro turístico desde donde se puede contemplar y disfrutar de los hermosos volcanes Tolimán, Atitlán y San Pedro que rodean el lugar; donde podemos recrearnos con la tranquilidad de las aguas puras y transparentes del Lago, mientras ondulamos el reflejo de las siluetas majestuosas de los volcanes.




Pero, claro, esto es hoy día, porque en 1986, los volcanes, las aguas del Lago, los pueblos Mayas y los que estuvimos allí, fuimos testigos directos o indirectos del genocidio producido por la represión de la dictadura militar que duró entre 1978-1986, aunque en aquel momento ignorábamos lo que estaba pasando.
Arrastraba mis pies embarrados entre la multitud de vendedores ambulantes, campesinos, comerciantes y algún que otro turista, esperando captar una imagen, un momento, una instantánea fotográfica. Los indígenas, orgullosos de su raza, congeniaban con nosotros sin hacernos sentir extraños, haciéndonos partícipe de sus sonrisas, de su vida cotidiana, de sus productos, de sus gestos inocentes… Porque si de algo disfrutaba de ellos era que tanto adultos, jóvenes, hombres, mujeres y ancianos seguían teniendo y actuando con la virginidad de los niños puros e inocentes, sin contaminar, sin resentimientos… No quería ofenderles haciendo fotografías, porque entre sus supersticiones está la creencia de que las fotos les roba el alma.
Fue entonces cuando un silencio indescriptible y sepulcral se apoderó del aire, no era un silencio físico, era una sensación de sobrecogimiento que nos hizo alzar las miradas hacia las montañas y, como espectros fantasmales, apareció un batallón del ejército guatemalteco que bajaba de las poblaciones indígenas del interior.
En un acto reflejo saqué mi cámara de fotos y comencé a disparar. Creo que hice muchas fotos, pero la mayoría de ellas no salieron, quizá por el temor que se desprendía de todos nosotros y que hizo que mi pulso temblase descontroladamente o quizá un fuerte impulso de supervivencia por mis seres queridos y por los que estábamos allí se apoderó de mí, también puede que una voz a mis espaldas que me decía que me escondiera me impidió hacer más y mejores fotogramas. No lo sé, pero lo que recuerdo es que cuando alcé la vista, frente a mi había un militar que me miraba, penetrando en mi alma interrogando mi ser, escudriñando mi voluntad.





Era apenas un niño. Hubiese sido uno más entre la multitud si hubiera ido con los trajes típicos de los lugareños, de los mayas, pero su aspecto fiero y desgarrador le hacía temible, empuñando su arma de repetición, dispuesto a matar sin palabras, sin inmutarse. En mi vida olvidaré su rostro, el cual quedó enmarcado en una de las pocas fotos que quedaron en el negativo. Era apenas un niño, pero ya había perdido la inocencia en su mirada, el gesto amable en sus labios, la pureza de sus ojos, la ternura de su rostro.
Días después nos enteramos que se había producido una matanza en varios poblados mayas y la situación se había vuelto más dura por los controles militares dispuestos en toda la región.
En muchas ocasiones me viene el rostro a la mente de aquel niño militar. Pienso si fue capaz de matar a un inocente, a uno de los suyos. Pienso en cuales deben ser sus sentimientos, qué sentía al apretar el gatillo y sesgar una vida tras otra; pienso en el soldadito guatemalteco, en el boliviano, en los soldaditos que en el mundo vagan sembrando muerte… Pienso y pienso y ni siquiera sé si está muerto o vivo, si podrá algún día leer estas mis palabras, en su significado, si sabrá quien es Rigoberta o si sabrá de los que desenterraron años más tarde. Pienso en los inocentes que fueron asesinados por ser inocentes, por estar allí. Pienso en cómo los pueblos pueden renacer de las injusticias, de sus cenizas.
Había recorrido un largo viaje desde San Cristóbal de Las Casas hasta estos hermosos parajes y aunque era bien conocido por todos que en Guatemala existía una guerra encubierta, hoy se me encoge el alma por haber estado allí y haber visto la cara temible de la inocencia destruida.



DEDICADO AL PUEBLO DE GUATEMALA

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un fuerte abrazo para el pueblo maya, resistente y orgulloso de sus tradiciones pero maltratado desde hace tantos años por extraños y propios. Me encanta recordar vivencias compartidas.Calculator.

archivoatitlan dijo...

hola,
you soy de Santiago Atitlan. mi pueblo fue victima de la Violencia del Ejercito de Guatemala. muy pocos fotos quedan de estos tiempos, ya que la mayori de personas no tenian camara y los que si no tuvieron la valentia de enfocarlos en ese direccion. queria preguntar si seria posible usar tus fotos en el pueblo para usos educativos para que nadie se olvide de esos momentos. si te animes, por favor mandame un email a: archivoatitlan@gmail.com

Gracias
Xelani Luz