viernes, 23 de mayo de 2008

Chile: Los Geiseres del Tatio


En un lugar de la dorsal mesoatlántica se puso el nombre a las aguas termales precipitadas en un combate perdido contra la gravedad. Emanaciones de agua y vapor que se manifiestan en un ascenso condenado a caer en un ciclo interminable.
“Geiser” es el nombre genérico que se da a las fuentes de tipo termal que eruptan periódicamente y tienen su origen en la terma de Haukadalur, localizada en el extremo noroeste de Europa, Islandia.
Pero es a 4200 metros de altitud sobre el nivel del mar donde se puede contemplar uno de los espectáculos más emocionantes que la madre tierra ha querido ofrecernos. Decenas de Geiseres se ponen de acuerdo para danzar en una subida emocionante rodeando al exhausto viajero en densas masas de
vapor.
Entre las bellezas que este mundo nos ofrece, en los Géiseres del Tatio, al norte de Chile, la tierra nos hace ser testigos del parto del líquido elemento, manifestado en dos de sus posibles estados físicos. Y entre sus contracciones, lágrimas caídas de nuestros ojos se unían a la danza de los sentidos del agua vaporizada en su coquetería eterna.

Cuando llegué a Chile, nunca pude imaginar los secretos que me tenía reservado este inmenso y variado país. Fue aquí, entre otros de los lugares hermosos que visité, donde descubrí mi verdadero hogar. Fue entre la calidez y la dulzura de sus brazos donde hallé el consuelo de este mal aclimatado viajero y juntos contemplamos el milagro de la vida.
Llegar a los Géiseres del Tatio requiere arriesgarse a sufrir los tormentos del mal de altura, “puna” como se denomina en Chile. Yo lo padecí anestesiado por la emoción del momento, consolado por la mano amada sobre mi cabeza y, de todo ello, no fui consciente hasta un tiempo después. También es verdad que las recomendaciones que nos dieron la noche anterior cayeron en saco roto, pero ¿quién es capaz de resistirse al vino chileno, al “pisco sour” y a su jugosa carne asada?
Desde San Pedro de Atacama se parte hacia ese viaje emocionante que te lleva a los Géiseres de madrugada. Entre baches y risas por las explicaciones de Valerio, el conductor – guía que se comunicaba en el perfecto inglés de un castellano lentamente hablado, llegamos a los 4.200 metros de altura donde se encuentran las fuentes termales. Ya llegando se adivinaba a lo lejos las fumarolas difuminadas todavía por la oscuridad del amanecer.
Valerio se puso a hacer el desayuno cociendo huevos y calentando la leche en la piedra candente de lava volcánica y nuevamente las risas. Valerio, personaje peculiar, era uno de los pocos habitantes del pueblo de Machuca que se encuentra en las cercanías de los Géiseres y su inocencia y simpatía hizo de nuestro viaje algo tan amen
o que hoy en día todavía lo nombramos como alguien que fue capaz de tocar nuestro corazón.



Fue él quien nos contó cómo también ese lugar era capaz de arrebatar la vida a turistas inconscientes y osados (como fuimos testigos), y que en un acto de imprudencia habían caído dentro de los pozos de agua hirviendo. Él mismo fue incapaz de rescatar a uno de ellos. Un francés, un español y un chileno habían dejado la vida de una forma incomprensible.
Pero perdonadme si os cuento que esta anécdota, a costa de parecer insensible, produjo una situación tan simpática que todavía reímos al recordarla. En el bus en el que viajábamos íbamos en fila un francés con pinta de bonachón, un español (yo) y una chilena (mi mujer y compañera), en el mismo orden por el que habían muerto los turistas, falleciendo el francés en el acto, el español al cabo de una semana y el chileno a los meses. Fue entonces cuando un reflejo de orgullo inocente hizo aparición en el rostro de Valerio al explicar que el chileno se había resistido durante más tiempo a la muerte como si de un concurso se hubiera tratado y como muestra de la fortaleza de la raza.


Me pierdo en los recuerdos de mi mente, me sumerjo en la calidez del vapor sobre mi rostro, en el contraste del intenso frío con la tibieza de las aguas termales. Porque aún rememoro el momento crucial, el brindis final en los Géiseres del Tatio. El motivo que nos llevaba a llegar al amanecer era para contemplar y no perderse el broche final, la nota más alta, el punto álgido del espectáculo. Cuando el sol incide en las fumarolas éstas estallan por el contraste de temperatura como queriendo revelarse contra todas las leyes de la tierra. Columnas de agua hirviendo y vapor emulsionan violentamente dejándonos más extasiados si cabe, para pasar lentamente a una calma que va adueñandose del lugar y de nosotros.
Ahora ya, después del esfuerzo, los Géiseres se baten en retirada, vuelven a su paz interior, equilibrando su bravura, hasta que despierten al día siguiente en ese círculo interminable de la vida. Y es entonces, cuando la naturaleza me ha mostrado parte de sus secretos, el momento en que puedo yo también reposar en paz y continuar mi camino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que descripción más bella haces, he tenido la fortuna de estar allí y con tus palabras me has hecho revivir cada emocionante minuto pasado en esas lejanas tierras.

LI dijo...

Hola anónimo, si estuviste allí no son tan lejanas esas tierras, porque ese maravilloso país se lleva dentro y siempre te acompaña.
Muchas gracias por tus palabras y espero sigas siendo un seguidor de este modesto blog
Un abrazo