/Hua-owani arrastrándose sobre la fina arena seguía a su padre a corta distancia. En su mano derecha portaba el pequeño arco que su abuelo le había cedido en la ceremonia de iniciación que le convertiría en un gran cazador como a sus antepasados y, por ende, en un hombre respetado y admirado en su tribu.
Al llegar a la altura de su padre, en lo alto de la duna, sintió como una mano lo oprimía fuertemente contra la arena. /Hua- owani sólo pudo levantar levemente la cabeza y lo que vio le dejó helado. El corazón le latía tan fuertemente que creyó que los delataría a él y a su padre, ¡Xu ekola.
El León llevaba mucho tiempo acechando a los antílopes, esperando su oportunidad. El color de su piel y de su pelaje hacía que se confundiera con las anaranjadas arenas del desierto del Namib, en un perfecto camuflaje que lo mimetizaba con el entorno.
Al llegar a la altura de su padre, en lo alto de la duna, sintió como una mano lo oprimía fuertemente contra la arena. /Hua- owani sólo pudo levantar levemente la cabeza y lo que vio le dejó helado. El corazón le latía tan fuertemente que creyó que los delataría a él y a su padre, ¡Xu ekola.
El León llevaba mucho tiempo acechando a los antílopes, esperando su oportunidad. El color de su piel y de su pelaje hacía que se confundiera con las anaranjadas arenas del desierto del Namib, en un perfecto camuflaje que lo mimetizaba con el entorno.
Era extraño ver al felino atravesando el desierto, pero el hambre lo empujaba a realizar esa travesía sedienta de sed, que tenía como destino el buscar sus tan preciadas presas en la costa Atlántica.
Un golpe de fortuna había llevado al León a detectar al rebaño de antílopes que pastaban los pocos hierbajos que habían encontrado alrededor de una acacia.
En el momento en que ¡Xu ekola y su hijo /Hua- owani se asomaban por encima de la cresta de la duna, el felino lanzaba su ataque mortal contra los antílopes. Y no es que les sorprendiera ese espectáculo de la naturaleza que habían visto tantas veces, sino porque por unos segundos y por un instante, no habían sido ellos los primeros en comenzar el asalto contra los herbívoros, quedándose a expensas de aquel poderoso carnívoro, convirtiéndose, así, en víctimas y en plato de buen gusto del rey de la selva.
Fue así, mientras el León manchaba sus fauces con la sangre del antílope aún palpitante, como ¡Xu ekola y /Hua- owani dejaban caer sus cuerpos por donde habían ascendido a la duna ese día afortunado en el que habían sobrevivido para poder relatar a las gentes de su tribu una nueva aventura, a los !KUNG SAN, a los más respetados del desierto del Kalahari.
"Es difícil explicar esto que hace que se me apriete el estómago, que se me encoja el corazón, fue esa sensación de cuando fui consciente que pisaba las tierras africanas, las de mis sueños, las de mis ensoñaciones y delirios…
Cierro los ojos y la mente me transporta a ese aroma cálido del atardecer africano, con esos brazos extendidos del sol acariciando mi rostro mientras filtro esta fina arena cálida y sosegada del desierto del Namib entre mis dedos, sintiendo su textura y el flujo de su roce cosquilleando la palma de mi mano.
¿Qué espectáculo puede aturdir de esta forma mis sensaciones, si no eres tú querido amigo del Namib?
Es la piedra desecha por miles de años en finos granos acumulados, constituyendo un coloso inquieto, cambiante y movedizo por el viento que modela este paisaje surrealista en sus formas y colores.
Luego los contrastes claro-oscuros y el color anaranjado de tus pequeñas piedritas son pinceladas por el rey sol, rematando la belleza de este gigante que tanto da como quita en este proceso de la vida y de la muerte".
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