Y sus recuerdos le llevaron al momento en que se despedía de Anakoya, su esposa, con la promesa de traer el sustento para sus hijos, el alimento con el que ancestralmente sus antepasados habían mantenido a su pueblo. Él era un “Tacana”, un orgulloso indígena originario del norte de Bolivia, de las áreas del bosque montano de la zona de Ixiamas, Tumupasa y del monte de la serranía de Tutumo.
Juancarí había remontado el río Beni una mañana de Octubre con la esperanza de cruzarse en su camino con un “chancho del monte”, quizá con un “chancho tropero” o por qué no, con un “venado andino”. Cazaría lo necesario para mantener a los suyos durante el duro invierno que se avecinaba y los animales abatidos por él serían venerados en un ritual de agradecimiento y respeto, que se reconocía consuetudinariamente en los registros culturales de su pueblo. Los indígenas de la zona habían mantenido un perfecto equilibrio con su medio y con los seres vivos que formaban parte de su cosmos y de sus vidas.
Aquel indígena, prieto, robusto y cejudo no estaba dispuesto a dejar su vida fácilmente y la reyerta que se desató entre hombre y animal alarmó los anales de la selva tropical del amazonas boliviano.
Un certero golpe deja aturdido al Jaguar que entre gemidos y aspavientos furiosos se retira a toda prisa hasta su guarida para reponerse del estacazo que casi lo deja en la inconsciencia. Mientras tanto el hombre con heridas profundas por unas garras afiladas como cuchillos se retuerce de dolor mientras intenta evitar que la sangre sigua fluyendo como torrente de aguas desbordadas.
Pero la lucha por la vida sólo habia hecho más que empezar...