lunes, 28 de julio de 2008

domingo, 27 de julio de 2008

sábado, 26 de julio de 2008

Niños. El rostro de la vida (III)

Ahora que os observo, que os veo caer en esta estupidez humana. Yo que os miré con ojos de enamorado de vuestra inocencia, con pasión de vida, donde a cambio me disteis la pureza de esa contemplación incondicional, sin reparos ni rencores.
Ahora que os veo fallecer en esta incomprensible irrealidad que nos hace inhumanos ¿Cómo podré pediros perdón? ¿Cómo podré resarciros por mi osadía de veros morir?
Niños del mundo hoy contemplo las calles de Palestina, de Irak, de Afganistán, como tantas otras, regadas de tu sangre pura, de ese rojo luminoso que me ciega en lágrimas de tristeza.
Yo capté tu sonrisa honesta con mi cámara, regalo de bondades sin igual… Iluminaste mi camino para poder andar por este mar incomprensible que me ahoga al respirar.
Niños del mundo, decidme, ¿Cómo encontraré vuestra mirada nuevamente?, ¿Cómo podré dejar de llorar si mi alma se ha roto al ver tu cuerpo pasar?








miércoles, 16 de julio de 2008

Namibia y el desierto del Namib. Los !Kung San que dejaron de ser Bosquímanos (I)

/Hua-owani arrastrándose sobre la fina arena seguía a su padre a corta distancia. En su mano derecha portaba el pequeño arco que su abuelo le había cedido en la ceremonia de iniciación que le convertiría en un gran cazador como a sus antepasados y, por ende, en un hombre respetado y admirado en su tribu.
Al llegar a la altura de su padre, en lo alto de la duna, sintió como una mano lo oprimía fuertemente contra la arena. /Hua- owani sólo pudo levantar levemente la cabeza y lo que vio le dejó helado. El corazón le latía tan fuertemente que creyó que los delataría a él y a su padre, ¡Xu ekola.
El León llevaba mucho tiempo acechando a los antílopes, esperando su oportunidad. El color de su piel y de su pelaje hacía que se confundiera con las anaranjadas arenas del desierto del Namib, en un perfecto camuflaje que lo mimetizaba con el entorno.


Era extraño ver al felino atravesando el desierto, pero el hambre lo empujaba a realizar esa travesía sedienta de sed, que tenía como destino el buscar sus tan preciadas presas en la costa Atlántica.
Un golpe de fortuna había llevado al León a detectar al rebaño de antílopes que pastaban los pocos hierbajos que habían encontrado alrededor de una acacia.
En el momento en que ¡Xu ekola y su hijo /Hua- owani se asomaban por encima de la cresta de la duna, el felino lanzaba su ataque mortal contra los antílopes. Y no es que les sorprendiera ese espectáculo de la naturaleza que habían visto tantas veces, sino porque por unos segundos y por un instante, no habían sido ellos los primeros en comenzar el asalto contra los herbívoros, quedándose a expensas de aquel poderoso carnívoro, convirtiéndose, así, en víctimas y en plato de buen gusto del rey de la selva.
Fue así, mientras el León manchaba sus fauces con la sangre del antílope aún palpitante, como ¡Xu ekola y /Hua- owani dejaban caer sus cuerpos por donde habían ascendido a la duna ese día afortunado en el que habían sobrevivido para poder relatar a las gentes de su tribu una nueva aventura, a los !KUNG SAN, a los más respetados del desierto del Kalahari.


"Es difícil explicar esto que hace que se me apriete el estómago, que se me encoja el corazón, fue esa sensación de cuando fui consciente que pisaba las tierras africanas, las de mis sueños, las de mis ensoñaciones y delirios…
Cierro los ojos y la mente me transporta a ese aroma cálido del atardecer africano, con esos brazos extendidos del sol acariciando mi rostro mientras filtro esta fina arena cálida y sosegada del desierto del Namib entre mis dedos, sintiendo su textura y el flujo de su roce cosquilleando la palma de mi mano.
¿Qué espectáculo puede aturdir de esta forma mis sensaciones, si no eres tú querido amigo del Namib?
Es la piedra desecha por miles de años en finos granos acumulados, constituyendo un coloso inquieto, cambiante y movedizo por el viento que modela este paisaje surrealista en sus formas y colores.
Luego los contrastes claro-oscuros y el color anaranjado de tus pequeñas piedritas son pinceladas por el rey sol, rematando la belleza de este gigante que tanto da como quita en este proceso de la vida y de la muerte".




martes, 15 de julio de 2008

Namibia y el desierto del Namib. Los !Kung San que dejaron de ser Bosquímanos (II)


Esa noche, frente al fuego de una hoguera, ¡Xu ekola narraba a su hijo las historias ancestrales que pertenecían a la memoria colectiva de los ¡Kung san y que se transmitían de generación en generación. Era frecuente que estos relatos, que contenían las leyendas e historias de estos cazadores recolectores, se contaran durante los descansos de las expediciones de caza.
Los chasquidos y cliqueos que emitía al hablar resonaban en la oscuridad de la noche. Eran sonidos característicos de su idioma, uno de tantos cuyo origen estaba en las lenguas “josainas” y que podían pronunciar hasta 80 chasquidos y golpes fricativos y de glotis diferentes con que comenzaban la mayoría de las palabras pronunciadas por los ¡Kung san, haciendo casi imposible la trascripción y habla de su lenguaje para el foráneo.


Esta tribu, al igual que los “khoisan” o los “basarawa” eran uno de los pueblos africanos dedicados tradicionalmente a la caza y a la recolección, ocupando un amplio territorio africano, pero hacía muchos años que habían sido invadidos por las tribus “bantúes”, pueblo sedentario de ganaderos, viéndose obligados a desplazarse cada vez más al sur.
/Hua-owani escuchaba a su padre contar todas estas historias y cómo en la búsqueda del sustento los ¡Kung san movían sus asentamientos temporales siguiendo las huellas del antílope, teniendo por techo el cielo y las estrellas. Eran un pueblo libre de hombres y mujeres igualitarios donde la reciprocidad y el aprovisionamiento de alimentos marcaban las leyes de la tribu.
Antes del amanecer padre e hijo se pusieron en marcha, siguiendo la ruta de los antílopes. Dentro de su sabiduría y conocimiento del medio sabían perfectamente cómo y dónde conseguir raíces que contenían gran cantidad de agua para poder hidratarse en aquel desierto cruel, austero e inflexible que no mostraba ningún atisbo de piedad con aquellos que no supieran sus secretos. A medio día debían llegar cerca de la costa si querían conseguir con éxito alguna presa que llevar a sus gentes.




“/Hua-owani ante la atenta mirada de su padre tensa su pequeño arco, contiene la respiración sabiendo instintivamente que no errará el disparo. El silbido inequívoco de la flecha marca el comienzo y el final. El antílope se desploma fulminado, sin saber que el sacrificio de su vida dará vida, honrará con su muerte a esa especie bípeda para que pueda seguir subsistiendo. Su expiración será venerada y bendecida, nada será banal ni tendrá desperdicio. Nuevamente el equilibrio se regula en esa inercia natural que ordena las cosas. Así ha sido por siglos, así será por siglos, pero ¿quién preparará a los ¡Kung san para lo que está por venir? ¿Así será por siglos?”



¡Xu ekola llama a su hijo sin poder asimilar y creerse lo que ve. Unos hombres como ellos, pero a la vez distintos, saltan de unos cascarones que flotan en la costa. Sus caras y brazos son muy claros, sus pelos lacios y rubios son como el pelaje del León. Los envuelven unas pieles de colores y de sus cabezas sobresalen tres picos que no dejan pasar los rayos del sol. Pueden oír sus palabras a lo lejos, pero no entienden nada.
Una fuerza más grande que el impulso de la curiosidad hace que observen escondidos y agazapados detrás de un montículo de arena. Y es que ¡Xu ekola y /Hua-owani harán bien en no mostrarse, aunque ya no podrán cambiar el sello de su destino como pueblo, ya no podrán parar el comienzo de su final, de lo que está por venir, de la expulsión de sus tierras ancestrales, de la discriminación, de los asesinatos y de la opresión.
Sin saberlo padre e hijo observan a los verdugos de su pueblo; esas nuevas gentes extrañas, estrafalarias y burdas en sus gestos cambiaran sus nombres y topónimos tribales. Serán los que les llamen de forma genérica, despectiva y peyorativa “Bosquimanos”, que por esas malas pasadas que tiene la vida y la injusticia es como se conocerán en el mundo entero.
Hoy los descendientes de ¡Xu ekola y /Hua-owani, en un grito desesperado evocado en el desierto del Namib, reclaman ser los ¡Kung San, hoy dejaran de ser los Bosquimanos para volver al equilibrio del ser humano y los antílopes.


lunes, 14 de julio de 2008

Namib, Oh Namib! (III)


Sentado en lo alto de aquella inmensa duna me imaginaba la escena: “los músculos de aquel muchacho de piel morena en tensión, en pleno apogeo mientras tensa su pequeño arco apuntando a aquel antílope…”



Hacía escasamente dos semanas que había llegado a aquel maravilloso continente, pero ya me sentía en completa conjunción con los acontecimientos que se producían desde hacía milenios en estas tierras australes. Atardeceres sobrecogedores de coloridos desconocidos para la comprensión humana; extensiones de terreno de una profundidad infinita; noches salpicadas de estrellas compitiendo por un lugar en el cielo; danzas y cantos africanos embriagadores y sugerentes, de sensualidades afrodisíacas…
Y aquí estaba yo, rodando, cayendo, arrastrándome y dando tumbos por estos montículos de arena de características hercúleas, sin poder casi creerme que durante tantos miles de años manadas de rebaños, carnívoros y seres humanos hubiesen atravesado este cambiante territorio, desafiante con las leyes de la resistencia física de todo ser vivo. Seres expuestos a sufrir los más atroces tormentos en una muerte anunciada por la deshidratación y la soledad.
Me vienen los recuerdos imaginarios de los sucesos de una lucha por la supervivencia de aquellos seres humanos arropados con un simple taparrabos, como si en mí también estuviera inscrito el código genético de los cazadores recolectores. Caminando, hundiendo mis pies en las flácidas arenas, suaves y sedosas del Namib, revivo todos sus instantes. Con mis labios resecos y sedientos clamando por un sorbo de agua, escocidos por el roce del viento del atardecer, siendo acribillado por el repiqueteo de los granos de arena chocando contra mi piel, siento una constante advertencia que me pone en su justo lugar.

Namib, es como te llaman en la lengua “nama”: que significa “enorme”, quizá porque por tus 80 mil kilómetros cuadrados de territorio pisaron los dinosaurios hace 65 millones de años, como lo hacen ahora los elefantes más grandes y poderosos de toda África y de todo el mundo, como también lo hacen los rinocerontes, la jirafa, el gran kudú, el springbuk, el órix del Cabo, el dik-dik de Kirk, el impala, la hiena parda, el león, el guepardo, el zorro orejudo, el zorro del Cabo y el chacal de gualdrapas.

Como lo hago yo en estos momentos que en mi insignificancia, me regocijo en tu grandeza. Porque albergas en tu seno a la
Welwitschia mirabilis, planta única en su especie, habitante silenciosa de tus tierras, longeva como pocas, ya que con sus 2.000 años de edad conoce los secretos de tus entrañas, robándote el rocío del desierto cada noche.


Ahora escuchas el llanto y sientes las lágrimas de los hijos de la tierra, de los que nunca debieron desaparecer de tu paisaje, de los que pisaron tus arenas, de los que te respetaron y te entendieron.
Ahora estás más solo que nunca, ¡oh! Desierto del Namib…
Agachado, de rodillas en tu crepúsculo, me baño en tu materia de granos anaranjados, me impregno de tus arenas y clamo junto con el grito de los ¡Kung san: “Namib, déjame ser parte de ti…”

domingo, 6 de julio de 2008

4ª Parte. Las Islas Trobriand, el nexo de unión con nuestros antepasados.

Sentada, prepara la batata. Ella nunca ha sido maltratada por su marido y castigar físicamente a sus hijos es inconcebible para los padres.
Sus hijos nunca le han robado, ni le han insultado, aunque su libertad es completa.
El crimen, la violación y el vandalismo le son desconocidos.
No sabe que come alimentos cuyo poder nutritivo es perfecto. No reflexiona sobre el hecho de que el aire a su alrededor aún está limpio y que sus hijos nunca serán atacados por enfermedades cardíacas, vasculares o cáncer.
Además es felizmente inconsciente del hecho de que millones de niños apaleados lloran en otros lugares del mundo.




El cazador de la Edad de Piedra comía el doble de proteínas que el hombre de hoy día; más del doble de fibras y cinco veces más vitamina C. Por otro lado consumía la mitad de grasa.
Es sorprendente que los hábitos alimenticios de los pueblos de la Edad de Piedra y los primitivos que existen actualmente coincidan con los consejos de la investigación médica moderna.
Sabemos que en los “pueblos primitivos” de hoy, como en el caso de las Islas Trobriand en la costa de Nueva Guinea, prácticamente no hay enfermedades como hipertensión, arteriosclerosis, diabetes, cáncer, úlcera gástrica o trastornos intestinales.
Esto es porque sólo entre éstos pueblos tenemos un paralelo a la dieta de nuestros antepasados. La proporción de vegetales entre los cazadores – recolectores es superior al 80%, mientras el resto consiste en carne de animales salvajes o recursos marinos.
Además las plantas y animales salvajes tienen un valor nutritivo completamente distinto al de las verduras cultivadas y el ganado doméstico. El ganado de matadero, por ejemplo, tiene un contenido en grasa 7 veces mayor que el de los animales salvajes.
Los hallazgos en modernas excavaciones indican que probablemente la alimentación que observamos en la actualidad en los “pueblos primitivos” fue así durante la Edad de Piedra.


En las Islas Trobriand se conservan todavía formas culturales originarias. Cuando Malinowski llegó las hachas de piedra habían sido sustituidas por las de metal, el trabajo textil era común, pero por lo demás todo se conservaba igual.
En Trobriand ser un buen jardinero y obtener una buena cosecha de planteros es para un hombre lo que le da mayor status. La tierra se cultiva con métodos igual que hace 6.000 años en Europa, es decir, talando zonas de bosque y quemando ramas.


El crecimiento de la batata está conectado con concepciones mágico – religiosas. Producen más batatas de las que pueden consumir; tener una mayor cosecha está en el más alto grado de consideración. Hay casas especiales para las batatas, donde se exponen y donde la mayor parte se pudren.
En un hallazgo arqueológico sería difícil entender esto sin que le diéramos una finalidad alimenticia. ¿Cómo podríamos deducir que se trata de una superabundancia de batatas con una finalidad de prestigio social?
En las Islas Trobriand existen importantes derechos ceremoniales de las mujeres. Uno de ellos es el “Sagali”, que consiste en una ceremonia después del luto, en la que tras un estricto programa, la cabeza femenina de la familia reparte objetos preparados para la ocasión, como vasijas de arcilla, faldas de hierbas, etc. Después de la distribución los objetos pierden su valor.

La joyería y los regalos de tumbas, a los que intentamos dar un gran valor simbólico de posición social, pueden haber tenido funciones totalmente distintas.
En Nueva Guinea los espíritus de los antepasados muertos habitan entre los vivos, tomando parte en sus ceremonias y en su vida diaria. Por ello deben ser atendidos, de lo contrario pueden enojarse y sembrar la inquietud entre la gente. Hacen sus comidas juntos y se reúnen con las calaveras guardadas en las casas. Dormir sobre la calavera del padre es una forma natural de estar juntos.
La etnoarqueología una vez más abre nuevas expectativas a nuestras injerencias sobre el pasado. Quizá nunca podremos afirmar, pero sí cuestionar y hacer nuevos planteamientos con resultado muy interesantes.